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¿Se arrepiente Jesús de algo de la historia de Pascua?

¿Se arrepiente Jesús de algo de la historia de Pascua?

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“Me faltó algo.” Todos conocemos la decepción de terminar un proyecto y luego encontrar un error o algo que pasamos por alto. Con las renovaciones del hogar, las manualidades y los jardines bien cuidados, casi siempre hay cosas que desearíamos haber hecho de otra manera. El Día de la Resurrección nos recuerda que, aunque recordemos nuestras obras con arrepentimiento, Dios no lo hace.

En la cruz del Calvario, no hubo tal arrepentimiento. Después de su sacrificio supremo, Jesús no dijo: “Podría haber hecho más”. No dudó en su obra. En cambio, las palabras de nuestro Salvador resonaron con fuerza: “Tetelestai” o “Consumado es”.

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“Tetelestai” proviene del griego “teleos”, una palabra que implica que algo está terminado. Cuando Jesús declaró “tetelestai”, anunció el cumplimiento del plan divino, un plan que había estado en marcha desde la creación misma del universo.

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Para comprender la magnitud de lo que fue "terminado", debemos remontarnos, no solo a la cruz, sino a Génesis, al principio mismo, cuando el mundo era nuevo, libre del pecado y absolutamente perfecto.

La Biblia nos dice que al final de la semana de la creación, Dios miró todo lo que había hecho y lo declaró "muy bueno". Como alguien que disfruta explorando las maravillas de la naturaleza, me asombra constantemente la intrincada belleza del diseño de Dios. Desde la delicada simetría de un copo de nieve hasta los ritmos armoniosos de los ecosistemas, vemos evidencia de un maestro artesano. En el principio, todo funcionaba a la perfección, cada parte perfectamente integrada en el conjunto. Dios no "omitió ni un detalle" al crear el universo.

Pero algo cambió: con la desobediencia voluntaria de Adán y Eva, el pecado entró en el mundo. El pecado manchó y destruyó el Jardín del Edén. Causó gemido en todo el mundo. El primer hombre y la primera mujer, creados para vivir en íntima comunión con su Creador, eligieron la rebelión, y debido a su pecado, la muerte y la decadencia hundieron sus raíces en la creación. El mundo que Dios declaró “muy bueno” ahora necesitaba redención.

¿Cuál fue la respuesta inmediata a ese primer pecado? Sangre. La sangre inocente de animales derramada para cubrir la desnudez y la vergüenza de Adán y Eva. No se trataba solo de ropa; era el génesis de un patrón, un presagio del sacrificio mayor que vendría.

Desde los sacrificios de Abel hasta las intrincadas leyes dadas a Moisés, vemos un patrón a lo largo del Antiguo Testamento: la expiación mediante la sangre. Toros y machos cabríos, ofrecidos año tras año, nunca pudieron eliminar verdaderamente el pecado, pero señalaban la promesa del Salvador y su sacrificio supremo.

Más adelante en el Nuevo Testamento, esa promesa se cumplió. El Hijo de Dios, sin pecado, colgaba de una cruz romana. En ese momento, Jesús culminó el plan de redención establecido en Génesis. No más sacrificios temporales. En la Pascua, Jesús, el Cordero sin mancha, cargó con el peso del pecado del mundo —pasado, presente y futuro—, y cuando exclamó: “Consumado es”, declaró la victoria sobre la muerte, el pecado y la tumba. Mientras los escépticos se burlaban de sus afirmaciones, tres días después resucitó, y el sacrificio de sangre quedó verdaderamente "concluido" de una vez por todas.

Ese es el verdadero mensaje de ese glorioso día. Es más que una festividad. No se trata de tradición. Es el reconocimiento de la resurrección de Jesucristo y un recordatorio de que lo perdido en el Edén se recuperó en la cruz. La muerte que entró con el pecado fue conquistada con la vida: la vida de Cristo al salir de la tumba.

Al reflexionar sobre el poder de ese momento, los animo a considerar la profunda conexión entre el Creador y la cruz. Después de la caída, Dios no se mantuvo alejado del hombre. Se acercó. Entró en la creación para dar su vida y redimirla. La cruz no fue un desvío en el plan de Dios; fue el destino del amor divino.

Puede que recordemos nuestra propia obra con pesar, preguntándonos qué se podría haber hecho de otra manera, pero no hay incertidumbre en la obra terminada de Cristo ni error en su plan. Cuando Jesús dijo: “Consumado es”, lo decía en serio y por eso tenemos la promesa de la vida eterna.